Lípidos, alimentos y sus suplementos en la salud cardiovascular. I. Fuentes marinas

 
 

 

 

 

 

 

 

 

 


Revista Científica UDO Agrícola Volumen 9. Número 4. Año 2009. Páginas: 711-727

 

Lípidos, alimentos y sus suplementos en la salud cardiovascular. I. Fuentes marinas

 

Lipids, foods and their supplements on cardiovascular health. I. Marine sources

 

Auristela del Carmen MALAVÉ ACUÑA 1, Jesús Rafael MÉNDEZ NATERA2 y Yemina Josefina FIGUERA CHACÍN 3

 

1Departamento de Ciencias, Unidad de Estudios Básicos y 2Departamento de Agronomía, Escuela de Ingeniería Agronómica. Universidad de Oriente, Avenida Universidad, Campus Los Guaritos, Maturín, 6201, estado Monagas, Venezuela y 3Hospital Universitario Dr. Manuel Núñez Tovar, Departamento de Medicina Interna. Avenida Bolívar, Maturín, 6201, estado Monagas. E-mails: auris797@gmail.com, jmendezn@cantv.net y yeminafiguera@gmail.com  Autor para correspondencia

 

Recibido: 20/09/2009

Fin de primer arbitraje: 08/12/2009

Primera revisión recibida: 15/12/2009

Aceptado: 22/12/2009

 

RESUMEN

 

Las prácticas de un estilo de vida saludable juegan un papel clave en la prevención y tratamiento de la enfermedad cardiovascular, donde los enfoques dietéticos específicos son una estrategia central para una calidad de vida optima.  La dislipidemia es una condición en la cual hay un desbalance en el perfil lipídico del suero que puede ser producido por diferentes factores que incluyen hábitos dietéticos.  Actualmente, las recomendaciones dietéticas comunes para reducir los factores de riesgo cardiovascular están basados principalmente en la comida marina como fuente de ácidos grasos w-3, que incluyen al ácido eicosapentanoico (AEP, 20:5 w-3) y docosahexaenoico (ADH, 22:6 w-3), los cuales son propuestos como los nutrientes clave responsables de los potenciales efectos cardioprotectivos.  Estos ácidos grasos w-3 son consumidos a partir de pescado, mariscos y/o suplementos de aceite de pescado. Además de proveer ácidos grasos w-3, el pescado es una excelente fuente de otros nutrientes que pueden tener efectos sinérgicos para cardioprotección   El propósito de este artículo es revisar y actualizar la evidencia basada en la literatura, a partir de estudios observacionales y clínicos, relacionados con los enfoques dietéticos donde los ácidos grasos w-3 desempeñan un papel importante como componente de la dieta para una máxima reducción del riesgo cadiovascular.

 

Palabras clave: Perfil lipídico, alimentos marinos, ácidos grasos w-3, cardioprotección.

 

ABSTRACT

 

Healthy lifestyle practices play a key role in preventing and treating cardiovascular disease, where specific dietary approaches are a central strategy for optimal life quality.  Dyslipidemia is a condition in which there is a desbalance in the serum lipid profile that can be produced by different factors including dietary habits. At this time, current dietary guidelines to reduce cardiovascular risk factors are mainly based in seafood as source of w-3 fatty acids, including eicosapentaenoico acid (EPA, 20:5 w-3) and docosahexaenoico acid (DHA, 22:6 w-3), which are proposed to be the key nutrients responsible for the potential cardioprotective effects. These w-3 fatty acids can be intake from fish, shellfish and/or fish oil supplements.  Although fish provides w-3 fatty acids, it also is an excellent source of other nutrients that may have synergistic effects for cardioprotection.  The propose of this article is to review the updated evidence-based literature, from observational and clinical studies, regarding dietary approaches where w-3 fatty acids perform a eminent role as component of diet for maximal cardiovascular risk reduction.

 

Key words: Lipid profile, seafood, w-3 fatty acids, cardioprotection.

 


INTRODUCCIÓN

 

Los alimentos proporcionan la energía y los materiales de construcción para las innumerables sustancias que son esenciales para el crecimiento y la supervivencia de todos los organismos vivientes del planeta; cuyo suministro hoy en día depende en gran medida de la agricultura intensiva, del cultivo industrial, de la piscicultura o de otras técnicas que aumentan las cantidades de alimentos producidos con una disminución en los costos (Wikipedia, 2009a).  Es bien conocido que los hábitos alimenticios juegan un importante rol tanto en el mantenimiento de la salud como en la prevención de enfermedades siendo así una consecuencia de la calidad de vida de hoy en día (Darnton-Hill et al, 2004; Anlasik et al, 2005; Block et al, 2007; Yahia et al, 2008; Delisle et al, 2009), cuyo deterioro engloba una relación íntima con el ritmo de vida que obliga a comer “cuando se puede y lo que se puede” lo que va acompañado con una deficiencia de nutrientes generalizada entre la población debido a varios fenómenos tales como: menor ingesta de alimentos, agotamiento de los sueldos, excesiva manipulación de los alimentos, desacertadas elecciones alimentarias y dietas restrictivas que son, entre otras, las razones del porque en las últimas décadas más y más personas, particularmente en las grandes ciudades del mundo, acuden a los suplementos dietéticos para suplir sus deficiencias en la ingesta de nutrientes (Radimer et al, 2004; Block et al, 2007; Brambilla et al, 2008;  Dickinson et al, 2009; Hill et al, 2009; Lee y Kim, 2009) con un predominio de la población conformada por adultos mayores (Qato et al, 2008).

 

Los suplementos dietéticos, también conocidos como suplementos alimenticios o nutricionales, son productos elaborados con la finalidad de cubrir la deficiencia de nutrientes, tales como vitaminas, minerales, ácidos grasos, fibras, etc.; que no son ingeridos en cantidades suficientes a través de la dieta (Ervin et al, 2004; Radimer et al, 2004; Wikipedia, 2009b) en pro de beneficiosos efectos saludables (Blumenthal, 2003; Clegg et al, 2006, Kemper et al, 2007) debido a sus bondades protectivas contra algunas enfermedades crónicas (Willett y Stampfer, 2001; Fletcher y Fairfield, 2002).  A pesar de que a lo largo de la década actual, una gran diversidad de encuestas realizadas en los  Estados Unidos arrojan la gran demanda y el incremento de usuarios, en su mayoría mujeres, por los suplementos (Kaufman et al, 2002; Radimer et al, 2004; Gardiner et al, 2006a; Block et al, 2007; Qato, et al, 2008); también surgieron artículos reportando sus potenciales efectos adversos (AREDS, 2001a; 2001b; Chylack et al, 2002; Ohtake et al, 2005; Huang et al, 2006; Howes, 2007; 2009; Sadovsky et al, 2008).  No obstante, una encuesta muy reciente llevada a cabo en una población de profesionales de la salud, médicos y enfermeras de ese país, reportó que en su mayoría los mismos son usuarios de estos productos por lo que en muchos casos los recomiendan a sus pacientes (Dickinson et al, 2009); lo cual confirma la veracidad de algunos reportes previos en cuanto al uso de los suplementos por parte de los trabajadores del área de la salud (Frank et al, 2000; Howard et al, 2001; Gardiner et al, 2006b; Spencer 2006; Kemper et al, 2007).

 

En el mundo de hoy, la demanda de los suplementos dietéticos no es más que producto de la necesidad de los usuarios por contrarrestar los inconvenientes propios de los estilos de vida actuales que conllevan al daño progresivo impidiendo el disfrute de una salud global óptima y donde figuran las dislipidemias como una de las causas más comunes del deterioro de la calidad de vida debido a su devastadora y consecuente correlación progresiva de aterosclerosis y alta incidencia de enfermedad cardiovascular (Salminen et al, 2006; Ruixing et al, 2007; Kannel y Vasan, 2009).  De allí entonces, que muchas personas con alteraciones en su perfil lipídico, que incluyen principalmente desequilibrios de los niveles de colesterol, triglicéridos y lipoproteínas; acudan a los suplementos de fuentes botánicas, específicamente fitoesteroles (Demonty et al, 2009; Deng, 2009; Kamal-Eldin y Moazzami, 2009; Schiepers et al, 2009), y de fuentes marinas (He, 2009) como una valiosa alternativa para superar tales patologías. 

 

A lo largo de las últimas dos décadas, los suplementos de aceite de pescado, práctica y exclusivamente la única fuente de ácidos grasos omega-3 (w-3), han sido los más extensivamente utilizados debido a sus grandes bondades cardioprotectivas (Wang et al, 2006; Metcalf et al, 2007; Lee et al, 2008; de Ross et al, 2009; Sadovsky y Kris-Etherton, 2009; Wertz, 2009).  Sin embargo, otros son de la opinión que la mejor alternativa al problema de las dislipidemias está en los cambios necesarios del estilo de vida que involucren dietas adecuadas mediante la ingestión directa de los alimentos a manera de proporcionar los nutrientes requeridos de acuerdo a las necesidades particulares de cada individuo (Lichtenstein et al, 2005; Mozaffarian y Rimm, 2006; He, 2009; Hill et al, 2009; Pérez-Guisado et al, 2009; Polidori et al, 2009; Romaguera et al, 2009).  En este aspecto, ya desde los años 70 comenzó a ser evidente que un alto consumo de alimentos de origen marino, principalmente pescado, estaba asociado con un bajo riesgo de enfermedades del corazón (Kromhout et al, 1985), lo cual está a su vez en estrecha vinculación con los hábitos alimenticios, siendo la dieta mediterránea la mejor directriz nutricional en prevenir el desarrollo de enfermedades crónicas y cardiovasculares, por lo que se ha mantenido a lo largo de los años sirviendo de base en el establecimiento de nuevos patrones dietéticos (AHA, 2009; Pérez-Guisado et al, 2009; Romaguera et al, 2009; Sofi, 2009).  No obstante, el desafío actual radica en el manejo del desbalance lipídico sobre todo en el control de la hipercolesterolemia, principal factor de riesgo para aterosclerosis y enfermedades cerebrovasculares y coronarias asociadas (Ginsberg y Stalenhoef, 2003; Meagher, 2004; Ballantyne et al, 2005; Steinberg, 2005), como uno de los más grandes retos económico, social y médico enfrentados en el mundo de hoy en día.

 

Hasta la fecha, son considerables las investigaciones relacionadas con estrategias y terapias dietéticas, basadas tanto en alimentos y/o sus suplementos, enfocadas hacia la prevención y reducción de los riesgos cardiovasculares, las cuales serán revisadas a través del presente trabajo con la finalidad de dar a conocer los aspectos epidemiológicos más destacados.

 

Generalidades de los lípidos

 

Es difícil proporcionar una definición científica acerca de los lípidos; sin embargo, tradicionalmente pueden ser definidos como sustancias biológicas de naturaleza hidrofóbica por lo general solubles en solventes orgánicos (Smith, 2000; Badui, 2006), por lo que tales  propiedades químicas hacen posible que los mismos cubran un extenso rango de moléculas tales como ácidos grasos, fosfolípidos, esteroles, esfingolípidos y terpenos, entre otros; dificultándose así además, una clasificación que verdaderamente se ajuste a todos estos tipos de compuestos (Christie, 2003).  En tal sentido, desde el año 2005 el consorcio Mapas de Lípidos (LIPID MAPS) en conjunto con el Comité Internacional para la Clasificación y Nomenclatura de Lípidos (ICCNL) desarrollaron y establecieron un sistema de clasificación comprensivo para estos compuestos, basado en principios químicos y bioquímicos bien definidos usando una ontología extensible, flexible y escalable compatible con las bases de datos y necesidades informáticas contemporáneas, el cual define 8 categorías de lípidos con sus respectivas y numerosas clases y subclases ilustradas con un ejemplo en la Figura 1 (Fahy et al, 2005; 2009; Dennis, 2009).

 

 

 

 

a)      Acilos grasos

Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Portapapeles05

Ácido eicosapentaenoico

Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Portapapeles06

Ácido docosahexaenoico

 

b)     Glicerolípidos

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Triglicérido o triacilglicérido

 

c)      Glicerofosfolípidos

Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Portapapeles02

                          Diacilglicerofosfoserina

d)      Esfingolípidos

                                       Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Portapapeles08

Sicosina

 

e)      Lípidos esterol

                                                         Colesterol

f)       Lípidos prenoles

               Mirseno

                                                                   

g)      Sacarolípidos

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Monoacilaminoazúcar

h)      Policétidos

 

 

Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Descripción: Portapapeles04

 

Tricostatina

 

Figura 1. Ejemplos  de  las  estructuras representativas  para  cada  categoría  de  lípidos: a) acilos grasos, b) glicerolípidos, c) glicerofosfolípidos, d) esfingolípidos, e) lípidos esteroles, f) lípidos prenoles, g) sacarolípidos y h) policétidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los lípidos desempeñan muchas funciones en los organismos, además de ser la fuente de energía más importante, ya que cada gramo genera 9 Kcal (38,2 KJ) en relación con las proteínas y cabohidratos que producen 4 Kcal/g (17 KJ/g) cada uno; muchos cumplen una actividad biológica, algunos son parte estructural de las membranas celulares y de los sitemas de transporte de diversos nutrientes, otros son ácidos grasos indispensables, vitaminas y hormonas, otros son pigmentos, etc.  También actúan como aislantes naturales en el hombre y en los animales, ya que por ser malos conductores del calor, el tejido adiposo mantiene estable la temperatura (Badui, 2006).

 

Las grasas y los aceites son los principales lípidos que se encuentran en los alimentos como contribuyentes de la textura y, en general, a las propiedades sensoriales y de nutrición (Cuadro 1); no hay una distinción entre ambos grupos, aún cuando algunos consideran que las grasas son de origen animal y los aceites de origen vegetal, o bien, las grasas son sólidas a temperatura ambiente mientras que los aceites son líquidos.  Sus principales fuentes son las semillas oleaginosas (Méndez-Natera et al, 2009) y los tejidos animales, terrestres y marinos ya que las frutas y las hortalizas presentan normalmente muy bajas concentraciones, con algunas excepciones como el aguacate, las aceitunas y algunos tipos de nueces (Badui, 2006).

 

 

 

 

Cuadro 1. Contribución de los lípidos en tres atributos de los alimentos (Badui, 2006).

 

Calidad

Textura al dar consistencia y estructura a muchos productos

Lubricación y saciedad al consumirlos

Color debido a los carotenoides

Sabor gracias a las cetonas, aldehídos y derivados carbonilos

Nutrición

Fuente de energía importante por la oxidación

Vehículo de vitaminas liposolubles

Son ácidos grasos indispensables, linoleico y linolénico

Promueven la síntesis de miscelas y de bilis

Facilitan la absorción de las vitaminas liposolubles

Biológico

Fuente de vitaminas A, D, E Y K

El colesterol es precursor de la vitamina D3, de corticosteoides y de ácidos biliares

El ácido linoleico es componente de las acilglucoceramidas de la piel

El inositol favorece la transmisión de señales

El ácido araquidónico es precursor de eicosanoides y lipoxinas

El ácido docosahexanoico forma parte de las membranas celulares

Los ácidos poliinsaturados son moduladores en la síntesis de eicosanoides

Los fosfolípidos acetílicos ayudan a la agregación de las plaquetas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Perfil lipídico y riesgo cardiovascular

 

Las enfermedades cardiovasculares, que incluyen enfermedad coronaria y ataque fulminante, constituyen la principal causa de muerte en diferentes países del mundo como Latinoamérica (AHA, 2005; Rich, 2006; Thomas y Rich, 2007) siendo una bien conocida consecuencia de las dislipidemias, las cuales están determinadas por factores genéticos, demográficos y de estilo de vida (Talmud y Waterworth, 2000; Bermúdez et al, 2002; Nethononda et al, 2004; Salminen et al, 2006; Ruixing et al, 2007). La dislipidemia es una condición en la cual hay un desbalance en los niveles de lípidos y/o lipoproteínas en el plasma sanguíneo, donde altos niveles de colesterol total [TC] (Shekelle et al, 1981; EPDETBCA, 2001), triglicéridos [TG] (Jeppesen et al, 1998; Satoh et al, 2006), colesterol de lipoproteína de baja densidad [LDL-C] (Achari y Thakur, 2004; Marz et al, 2004),   simultáneo con bajos niveles de colesterol de lipoproteína de alta densidad [HDL-C] (Gordon et al, 1989; Boden, 2000) están correlacionados con la progresión de aterosclerosis y alta incidencia de enfermedad arterial coronaria (Sharrett et al, 2001).  Además de funcionar como  un  sistema  de  transporte  para  colesterol,  las lipoproteínas también distribuyen TG y vitaminas liposolubles entre los diferentes tejidos del cuerpo (Rader y Hobbs, 2008), donde existen otras clases de partículas transportadoras de colesterol denominadas lipoproteínas de muy baja densidad [VLDL] y de densidad intermedia [IDL] conocidas, al igual que las LDL,  como  “colesterol  malo”   por  su   efecto  pro-aterogénico o factor de riesgo en la ocurrencia de enfermedades cardiovasculares; mientras que las HDL constituyen el “colesterol bueno” por su efecto anti-aterogénico y cardioprotectivo (Meagher, 2004; Nicholls et al, 2007; Fernández y Webb, 2008).  En este sentido, los desequilibrios en los niveles de colesterol (Fig. 1-e) conducen a hipercolesterolemia, un predominante factor de riesgo para aterosclerosis y enfermedades cerebrovasculares y coronarias asociadas (Ginsberg y Stalenhoef, 2003; Meagher, 2004; Ballantyne et al, 2005; Steinberg, 2005), como uno de los más grandes retos a enfrentar (AHA, 2005; Olshansky et al, 2005).

 

Alimentos marinos y enfermedad cardíaca

 

Desde hace aproximadamente tres décadas, es bien conocida la notoria asociación entre el consumo de alimentos marinos y el riesgo de enfermedad cardiovascular, cuyas bajas proporciones resultaban bastante evidentes en aquellas poblaciones ubicadas en zonas costeras de los Estados Unidos (Bang y Dyerberg, 1972; Bang et al, 1976; 1980; Kromann y Green, 1980; Bjerregaard y Dyerberg, 1988; Middaugh, 1990; Newman et al, 1993) y de Japón (Keys, 1980; Hirai et al, 1980; Kagawa et al, 1982; Yamori et al, 1985), como una consecuencia del alto consumo de pescado considerado desde entonces un alimento saludable que dio inició a un amplio y extenso campo de investigación con estudios clínicos y experimentación animal que indicaron a dos ácidos grasos w-3, ácido eicosapentaenoico (AEP) y ácido docosahexaenoico (ADH), como los probables constituyentes activos  (McLennan, 2001; Yuan et al, 2001; Hu et al, 2002; Albert et al, 2002; Leaf et al, 2003; Lemaitre et al, 2003; Mozaffarian et al, 2003; Mozaffarian et al, 2005; Yokoyama et al, 2007; Mozaffarian, 2006; Wang et al, 2006; de Roos et al, 2009; He, 2009).  Sin embargo, han surgido reportes conflictivos relacionados con los daños potenciales de algunas especies de pescado que contienen mercurio, dioxinas y bifenilos policlorados (WHO, 1998; CTEM, 2000; CFSAN, 2009; NCEA, 2009; RAIS, 2009; USEPA, 2009), que han originado controversia y confusión sobre sus riesgos y beneficios en la dieta (Verbeke et al, 2005; CFNAP, 2006).  Puesto que el mercurio se magnifica en las especies de los sistemas acuáticos como metilmercurio, sus niveles se incrementan positivamente con el tiempo de vida de cada especie; es decir, los predadores más grandes o especies de vida más larga (pez espada,  tiburón, etc) tendrán mayor concentración de metilmercurio en sus tejidos; mientras que los más pequeños o especies de vida más corta (salmón, mariscos, etc) tienen muy bajas concentraciones (USDHHS, 2009).

 

Luego del estudio de Kromhout et al. (1985), como reporte pionero indicativo de que un mayor consumo de pescado estaba asociado con una baja prevalencia de enfermedad cardíaca, siguieron muchos otros cuyos resultados evidentemente soportaron y reafirmaron tal asociación (Dolecek y Granditis, 1991; Rodríguez et al, 1996; Daviglus et al, 1997; Albert et al, 1998; Yuan et al, 2001; Hu y Willett, 2002; Hu et al, 2002); mientras que otros reportaron la inexistencia para dicha asociación o, incluso, más bien la existencia de un ligero incremento en el riesgo a tal enfermedad en personas con un mayor consumo (Ascherio et al, 1995; Salonen et al, 1995; Pietinen et al, 1997; Osler et al., 2003).  En este aspecto, las altas concentraciones de mercurio en peces podrían explicar las más altas proporciones de enfermedad cardíaca fatal en finlandeses con alto consumo de pescado (Pietinen et al, 1997).

 

Un meta análisis de 13 estudios observacionales prospectivos indicó que aquellas personas quienes comen pescado al menos una vez por semana tienen un más bajo riesgo (@15%) de fallecer por enfermedad cardiovascular que aquellas que lo consumen cuanto mucho una vez por mes Whelton et al, 2004); mientras que en otro, estudio de salud de médicos, no hubo asociación entre el consumo de pescado y el riesgo a enfermedad cardíaca fatal (Ascherio et al, 1995).  De esta manera, los estudios observacionales sugieren que un modesto consumo de pescado está asociado con un más bajo riesgo a enfermedad cardíaca fatal, pero no con las no fatales (de Roos et al, 2009).  Sin embargo, como  sucede con todos los estudios observacionales, otros factores de estilo de vida pueden haber confundido tales asociaciones. Los efectos benéficos del consumo de alimentos marinos sobre estas enfermedades, puede también depender del tipo de pescado; así, el consumo de atún, u otro pescado horneado o asado, al menos dos veces por semana está asociado con un más bajo riesgo de enfermedad cardíaca isquémica fatal comparado con un consumo menor a una vez por mes; mientras que el consumo de pescado frito o en sándwich no tiene efecto en la reducción del riesgo, pero si tiende a incrementarlos (Mozaffarian et al, 2003).  Adicionalmente, riesgos más bajos parecen estar más fuertemente relacionados con el consumo de especies aceitosas (salmón, arenque, sardina, etc) más que de especies secas (bagre, pez espada, bacalao, etc) (Oomen et al, 2000; Mozaffarian et al, 2003; Mozaffarian y Rimm, 2006).

 

Ácidos grasos w-3 y cardioprotección

 

Los ácidos grasos w-3 son ácidos grasos poliinsaturados (AGPI n-3) que tienen su primer doble enlace en la tercera posición, cuando son contados a partir del metilo terminal de la molécula, siendo el más simple el ácido α-linolénico (18:3 w-3), un derivado de las plantas presente en vegetales verdes y en aceites tales como ajonjolí (Malavé y Méndez-Natera, 2005), girasol (Malavé y Méndez-Natera, 2006), maní (Malavé y Méndez-Natera, 2007); así como también, en cantidades un poco más elevadas, en linaza, canola, soya y nuez (USDA, 2006) como fuentes para su consumo a través de la dieta. Dentro del cuerpo humano el ácido α-linolénico, a través de una conversión de elongación de cadena bastante limitada (< 10%), origina otros ácidos grasos w-3 de cadena más larga (Goyens et al, 2005; 2006). Como ya se mencionó, los ácidos grasos w-3 AEP (20:5 w-3) y ADH (22:6 w-3) son derivados casi exclusivamente de fuentes marinas, de donde pueden ser ingeridos a través de la dieta por consumo de pescado y/o suplementos de aceite de pescado, han sido propuestos como los nutrientes claves responsables del efecto cardioprotectivo reseñado en una gran cantidad de literatura a lo largo de la presente década (Benatti et al, 2004; Hooper et al, 2006; Wang et al, 2006; Metcalf et al, 2007; Yokoyama et al, 2007; Mozaffarian, 2007; 2008; Gissi-Hf, 2008; Lee et al, 2008; de Roos et al, 2009; Ginsberg et al, 2009; He, 2009; Micallef y Garg, 2009; Padma y Devi, 2009; Riediger et al, 2009; Sadovsky y Kris-Etherton, 2009; Seki et al, 2009; Tvzická et al, 2009).

 

Los mecanismos exactos a través de los cuales los ácidos grasos w-3 influyen en los eventos cardíacos aún no están bien establecidos, pero una gran cantidad de evidencias sugieren su relación en efectos favorables globales sobre perfil lipídico (Harris, 1997; Waknine, 2004; Eslick et al, 2008; Sadovsky y Kris-Eterton, 2009; arritmias (Kang y Leaf, 1996; 2000; Albert et al, 1998; 2002; Huikuri et al, 2001;  Whelton et al, 2004; Mori y Woodman, 2006), actividad plaquetaria (Scheurlen et al, 1993; James et al, 2000), inflamación y función endotelial (De Caterina et al, 1998; Sanderson y Calder, 1998; Hughes y Pinder, 2000; Miles et al, 2000; Calder, 2001; Madsen et al, 2001; Berstad et al, 2003; Fernández-Real et al, 2003; Pischon et al, 2003; López-García et al, 2004; Hjerkinn et al, 2005; Seierstad et al, 2005; Zampelas et al, 2005; Niu et al, 2006; He et al, 2009), aterosclerosis (von Schacky et al, 1999; Yamada et al, 2000; Erkkila et al, 2004; Mori y Woodman, 2006; He et al, 2008) e hipertensión (Morris et al, 1993; Engler et al, 2003).

 

Comparación entre pescado y suplementos de aceite de pescado

 

El pescado está considerado como una excelente fuente de proteínas con bajo contenido de grasa saturada.  Algunos estudios indican que hay una mayor calidad de proteínas en los animales marinos en comparación con otros animales como los terrestres  (Sheeshka y Murkin, 2002); además, de que los aminoácidos de las proteínas de pescado puede diferir de los encontrados en otras fuentes.  Por ejemplo, el aminoácido taurina está concentrado en el pescado lo que hace posible su uso en algunos estudios como marcador de consumo de pescado (Liu et al, 2000).  Los efectos benéficos de este aminoácido sobre el riesgo cardiovascular han sido observados tanto en animales (Chen et al, 2004; Oudit et al, 2004) como en humanos (Militante et al, 2002; Yamori et al, 2001).  Las proteínas del pescado también contienen arginina y glutamina, las cuales se sabe regulan la función cardiovascular (Moncada y Higgs, 1993). Adicionalmente, el pescado contiene algunos elementos traza nutricionales que incluyen selenio y calcio, los cuales pueden proporcionar beneficios cardiovascular solos o en combinación con los ácidos grasos w-3 (Hansen et al, 1994; Van Mierlo et al, 2006),  además de que es una buena fuente de vitaminas D y B (Sheeshka y Murkin, 2002; USDA, 2006a). Todas estas cualidades nutricionales son indicativas de que es más beneficioso comer pescado que tomar suplementos de aceite de pescado.

 

Otro aspecto a tener en cuenta son los contaminantes, tal como el mercurio, cuyos niveles puede variar dependiendo del tipo de pescado (Hites et al, 2004), pero hay que hacer notar que otras carnes también pueden contener contaminantes similares (USDA, 2006b).  No obstante, a pesar de los posibles efectos adversos del pescado debido a sus contaminantes, la literatura es clara en indicar que los efectos benéficos de su consumo, particularmente en la reducción del riesgo de eventos por enfermedades del corazón, subestiman los riesgos potenciales asociados con la posibilidad de contaminantes (He, 2009).  También hay que tener en cuenta que no hay estandarización en lo concerniente a la calidad de los suplementos de aceite de pescado no habiendo una total garantía de que los mismos estén exentos de contaminantes, por lo que puede ser más seguro consumir el pescado completo.

 

 

CONCLUSIONES

 

 

A pesar de las inconsistencias en algunos estudios, el cúmulo de evidencias con respecto a los beneficios de los alimentos marinos en la reducción del riesgo cardiovascular es concluyente.  Los peces y mariscos son fuentes proveedoras de ácidos grasos w-3 de cadena larga tales como AEP y ADH, considerados los nutrientes claves en los beneficios cardioprotectivos obtenidos mediante su consumo a través de la dieta.    Los suplementos de aceite de pescado constituyen una cómoda y valiosa alternativa para el consumo de AEP y ADE; sin embargo, se considera que el pescado en su totalidad proporciona otros nutrientes adicionales que junto a estos ácidos grasos w-3 pueden tener efectos sinérgicos para una más efectiva reducción del riesgo cardiovascular.

 

Es de importancia tener en cuenta, sobre todo en los casos de niños y mujeres embarazadas, la frecuencia y el tipo de pescado a consumir debido a los niveles de contaminantes tales como el metilmercurio muy dañino no sólo en el incremento del riesgo a padecer enfermedades del corazón, sino también en el deterioro de la salud en general.  En este sentido, lo recomendable es evitar el consumo de aquellos tipos de peces con los más altos niveles de mercurio; es decir, peces depredadores de vida más larga tales como atún blanco, tiburón y pez espada; optando entonces más bien por el consumo de mariscos y peces de vida corta, que son especies con muy bajo contenido de mercurio, e incluso mejor aún si son del tipo graso, más ricos en AEP y ADH, tales como anchoa, sardina y arenque.

 

A la fecha es muy poco lo que se ha estudiado en cuanto a métodos de preparación de los alimentos marinos con respecto a sus beneficios.  Sin embargo, se sugiere que el pescado asado u horneado es mucho más saludable y beneficioso para el corazón que prepararlo frito, debido a que en este último caso pueden originarse compuestos con efectos contrarios y nada beneficiosos hacia los eventos cardiovasculares tal como los productos generados por oxidación de los lípidos tanto en el aceite utilizado como en el pescado.

 

 

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