INTRODUCCIÓN
A lo largo de la historia
médica, ha sido bien evidente el agobio mundial tan creciente desatado por las enfermedades
crónicas, padecidas principalmente por las poblaciones de adultos mayores, como
una consecuencia general de la pérdida de sus funciones fisiológicas originadas
debido a procesos de interacciones resultantes de múltiples enfermedades
durante el curso de la vida (Darnton-Hill et
al, 2001; Darnton-Hill et al,
2004); donde las enfermedades cardiovasculares, que comprenden enfermedad
coronaria e infarto del corazón, constituyen la causa de muerte líder en el
mundo principalmente en los países Latinoamericanos (Rich,
2006; Thomas y Rich, 2007; AHA, 2009; WHO), con costos médicos actuales
ubicados dentro de los más elevados (Kosub, 2010).
Hoy en día, está bien establecido que una alimentación adecuada
desempeña un importante rol tanto en el mantenimiento de la salud como en la
prevención de enfermedades lográndose progresos hacia una cada vez mejor
calidad de vida, a través de la implementación de las más óptimas estrategias
dietéticas (Darnton-Hill et al, 2004;
Anlasik et al, 2005; Block et al, 2007; Yahia et al, 2008; Delisle et al,
2009; Mente et al, 2009). En este sentido, no hay dudas que dentro de
los hábitos alimenticios saludables la dieta mediterránea basada en pescado,
frutas, vegetales, aceite de oliva y vino; constituye la mejor directriz nutricional
en la prevención del desarrollo de enfermedades crónicas, principalmente del
tipo cardiovascular (De Lorgeril et al,
1999; Fung et al, 2009; Badimon et al, 2010); lo que la ha mantenido a
lo largo de los años como base en el establecimiento de nuevos patrones
dietéticos (Pérez-Guisado et al,
2008; AHA, 2009; Romaguera et al,
2009; Sofi, 2009; Massaro et al,
2010).
En este orden de ideas, hoy es evidente que un alto consumo de alimentos
de origen marino, principalmente pescado, está asociado con un bajo riesgo de
enfermedades del corazón indicándose a los ácidos grasos eicosapentaenoico [AEP
(20:5 ω-3)] y docosahexaenoico [ADH (22:6 ω-3)] como los probables
constituyentes activos proveedores de tales efectos benéficos que sirvieron de
base para la subsecuente producción de los suplementos de aceite de pescado,
revisados y discutidos muy recientemente (He, 2009, Malavé et al, 2009). Los ácidos
grasos ω-3 son ácidos grasos poliinsaturados que
tienen su primer doble enlace en la tercera posición, cuando son contados a partir del metilo terminal de la molécula, siendo el más simple el ácido α-linolénico (18:3 ω-3), un derivado de las plantas presente en vegetales verdes
y en aceites tales como ajonjolí (Malavé y Méndez-Natera,
2005), girasol (Malavé y Méndez-Natera, 2006) y
maní (Malavé y Méndez-Natera, 2007); así como también, en
cantidades un poco más elevadas, en linaza,
canola, soya y nuez (USDA, 2006) como fuentes para su
consumo a través de la dieta, con la dificultad de
que dentro del cuerpo humano su conversión por elongación para originar otros
ácidos grasos ω-3 de cadena más
larga es bastante limitada (< 10%) (Goyens et
al, 2005; 2006). No obstante, diversos alimentos y suplementos
provenientes de las plantas han sido muy
recomendados como componentes de la dieta debido a su extensa gama de
fitoquímicos y nutrientes promotores de efectos benéficos para una óptima salud
global (Liu, 2003; 2004; Mizrahi et al,
2009; Badimon et al, 2010; Massaro et al, 2010).
Hasta la fecha, son muchas las
investigaciones relacionadas con estrategias y terapias dietéticas, basadas
tanto en alimentos como en suplementos dietéticos, enfocadas hacia la
prevención y reducción de los riesgos de las enfermedades cardiovasculares. En
este aspecto, la finalidad del presente trabajo consiste en actualizar la
asociación existente entre el consumo de alimentos y/o suplementos provenientes
de las plantas y las enfermedades cardiovasculares mediante revisión de la
literatura existente para dar a conocer los aspectos epidemiológicos más
destacados.
Factores de riesgo
y biomarcadores en las enfermedades cardiovasculares
Existe una diversidad de
factores de riesgo involucrados en las enfermedades del corazón que pueden ser
modificables o no
modificables, donde estos últimos son aquellos imposibles de cambiar e incluyen
los siguientes (Straus et al, 2002;
Kozub, 2010):
Ø Edad, la propensión a eventos cardiovasculares tiene una
asociación directa con la edad siendo una generalidad que las personas mayores
estén en mayor riesgo.
Ø Sexo, los hombres tienen un riesgo mayor que las mujeres
debido a que las hormonas femeninas proveen cardioprotección hasta la
menopausia cuando los riesgos se igualan para ambos sexos.
Ø Historial familiar, las personas con
antecedentes familiares de eventos cardiovasculares tienen mayor riesgo que
aquellas sin tales antecedentes.
Ø Raza, los grupos étnicos negros y latinos tienen mayor
riesgo que los blancos.
Ø Bajo peso al nacer, las personas que nacen con
bajo peso tienen mayor riesgo que las que nacen con un peso considerado normal
(alrededor de 3,5 Kg).
Además de los anteriores,
existen los factores de riesgo modificables que comprenden aquellos que se
pueden cambiar con la implementación progresiva de un estilo de vida cada vez
más saludable. Durante las dos últimas décadas, los mayores esfuerzos de
contención de estas enfermedades se han direccionado hacia la implementación de
programas conducentes a la reducción de estos factores de riesgo modificables
(Sarti et al, 1994; Carleton et al,
1995; Brownson et al., 1996;
Luepker et al., 1996; Winkleby et al, 1996; Vartiainen et al., 2000; Noar et al., 2007; Hawkins et al.,
2008; Papadakis y Moroz, 2008), a manera de concientizar a las comunidades en
cuanto a los necesarios cambios en el estilo de vida que deben asumir frente a
estos factores asociados de manera directa con el riesgo que en su mayoría
incluyen: fumar, hipertensión, diabetes, dislipidemia, inactividad física, obesidad,
alcohol, drogas y anticonceptivos (Bronner et
al, 1995; Straus et al., 2002;
Rosamond et al., 2008) establecidos
como los factores de riesgo clásicos.
Hoy en día es un hecho muy
bien conocido que las enfermedades inflamatorias constituyen un mecanismo clave
en el inicio y la progresión de las enfermedades cardiovasculares (Sherer y
Schoenfeld, 2002; Li, 2005; Li et al.,
2007). No obstante, ya hacen cerca de dos siglos desde que ciertos cirujanos
europeos identificaron los primeros indicios de tal relación (Kaperonis et al., 2006), no siendo sino hasta 1999
que Russell Ross (1999) categorizó a la aterosclerosis como una enfermedad
inflamatoria. Al igual que para cualquier lesión tisular que responde a un
estímulo inflamatorio, en el sistema cardiovascular se segregan citocinas y
reactantes, denominados en conjunto mediadores de inflamación, los cuales
desencadenan una serie de eventos relacionados con la oxidación de las
lipoproteínas de baja densidad (LDL) que conducen a las lesiones ateroscleróticas afectándose así su funcionalidad (Boyle, 2005; Rodríguez et al., 2009; Sprague y Khalil, 2009). Durante la última década,
diversos estudios epidemiológicos han sido conducidos utilizando estos
mediadores de inflamación como factores predictivos para posibles eventos
cardiovasculares (Fan y Watanabe, 2003; Stoll y Bendszus, 2006; Zairis, 2007),
denotados como biomarcadores de inflamación, que incluyen a la proteína C
reactiva de alta sensibilidad (hs-CRP) como la de mayor aplicación (Boroumand et al., 2008; Zacho et al., 2008; Arroyo-Espliguero
et al., 2009; Calabrὸ et al.,
2009). Otros estudios han demostrado que existe asociación entre los
biomarcadores de inflamación y los factores de riesgo cardiovascular clásicos tales
como dislipidemia, tabaquismo, hipertensión, diabetes y obesidad (Sánchez et al., 2004; Arena et al., 2006; Zhang et al.,
2007; Niccoli et al., 2008; Tohidi et al., 2009). La combinación de los biomarcadores de
inflamación con los biomarcadores tradicionales, basados en el perfil lipídico
(colesterol total, HDL, LDL y triglicéridos) constituyen la fórmula ideal de
monitoreo sanguíneo para la predicción de posibles eventos de deterioro
cardiovascular bastante útil sobre todo en individuos saludables en apariencia.
Fitoquímicos
y cardioprotección
El prefijo “fito” deriva de la palabra griega phyto que significa planta; por lo tanto, el término fitoquímico se
refiere a los químicos presentes en las plantas, definidos como compuestos
bioactivos no nutrientes presentes en frutas, vegetales, granos y en cualquier
parte de las plantas con efectos benéficos que contrarrestan el riesgo de las
enfermedades crónicas (Liu, 2004). Puesto que estos compuestos, en general son
promotores de la salud por sus propiedades preventivas de enfermedades, más
allá de sus aportes básicos nutricionales, en los últimos años también se les
ha denominado nutracéuticos (Wildman, 2007). La evidencia epidemiológica es
fuerte al indicar que muchos nutrientes y fitoquímicos presentes en frutas,
vegetales y granos enteros (vitaminas, minerales, antioxidantes y fibra), solos
y aún mejor en conjunto, son los responsables de la aparente reducción del
riesgo de las enfermedades cardiovasculares (Liu, 2004; Badimon et al., 2010).
Puesto que el desbalance
lipídico en el plasma sanguíneo, sobre todo en los elevados niveles de
colesterol factor de riesgo predominante para aterosclerosis y enfermedades
cerebrovasculares y coronarias asociadas (Ginsberg y Stalenhoef, 2003; Meagher, 2004; Ballantyne et al, 2005; Steinberg, 2005), puede ser modulado a través de intervenciones
dietéticas, grandes esfuerzos han sido direccionados a la búsqueda de agentes
dietéticos efectivos en su control. En este aspecto, diversos estudios han
documentado las bondades de los esteroles y estanoles, también llamados
fitoesteroles y fitoestanoles, para cardioprotección debido a sus efectos
hipocolesterolémicos (Calpe-Berdiel et al., 2009; Yanni,
2008); lo que ha permitido su inclusión
en diferentes productos de consumo dietético (Kamal-Eldin y Moazzami, 2009;
Deng, 2009). A diferencia de los animales que sintetizan colesterol como su
esterol principal, las plantas lo producen en cantidades insignificantes y en
su lugar originan una serie de compuestos esteroles y estanoles (forma saturada
de los esteroles) análogos relacionados estructuralmente (Figura 1), lo cual
sugiere una posible competencia entre estos fitoquímicos y el colesterol por la
solubilidad micelar en el intestino, luego de la ingesta de alimentos, evitándose
así la absorción de este último con el consecuente descenso de sus niveles en
el plasma sanguíneo (Ikeda et al., 1989; Ling y
Jones, 1995; Ostlund, 2002).
Figura 1. Estructuras representativas
de diferentes fitoquímicos de importancia en el riesgo de las
enfermedades cardiovasculares.
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En tal sentido, los humanos pueden disponer de los esteroles y estanoles
de plantas a través de aceites vegetales, nueces, semillas, cereales, frutas y
vegetales o de sus suplementos (Piironen
et al., 2000; Deng, 2009). Adicionalmente, existe una diversidad de
alimentos funcionales, que utilizan estos fitoquímicos como ingredientes,
disponibles en diferentes expendios del mundo e incluyen margarina, mayonesa,
aderezo para ensaladas, queso, yogur, leche, jugo de naranja y salsa para
carne, entre otros (Berger et al.,
2004; Kamal-Eldin y Moazzami, 2009). A pesar de que el consumo de estos
compuestos por lo general es considerado seguro (Normén et al., 2005; Patch et al.,
2006) y ampliamente recomendados por diferentes organismos internacionales,
como componente de la dieta para cardioprotección (NHF, 2001; IAS, 2003; FDA,
2010a; 2010b), existen estudios en humanos cuyos resultados son
controversiales.
En tal aspecto, algunos autores indican que no hay asociación entre su
consumo y las enfermedades cardiovasculares (Wilund et al., 2004; Pinedo et al.,
2007; Windler et al., 2009); mientras
que otros resultados, además de sugerirlos en dosis no muy elevadas debido a
que en el intestino a su vez pueden inhibir la absorción de otros fitoquímicos
liposolubles como la vitamina E y los carotenoides, entre otros (Gylling y Miettinen,
1999; Gylling et al., 1999;
Hallikainen et al., 1999; Hendriks et al., 1999; Plat et al., 2000), también otros estudios sugieren sus efectos
desfavorables de que más bien incrementan los riesgos de las enfermedades
cardiovasculares en pacientes con elevados niveles de esteroles (sitosterol y
campesterol) en plasma debido principalmente a que pueden inducir
aterosclerosis prematura (Assmann et al.,
2006; Sudhop et al., 2002,
Weingärtner et al., 2008) por sus
estructuras bastante similares al colesterol (Figura 1).
A pesar de que las evidencias indican a los fitoesteroles y
fitoestanoles como beneficiosos para cardioprotección por sus efectos
hipocolesterolémicos (Deng, 2009; Kamal-Eldin, 2009; Badimon et al., 2010), con un consumo sugerido
no mayor a 3,4 g/día (Rulis, 2003), parece que aún no está muy claro el rol que
desempeñan con respecto a las enfermedades cardiovasculares por lo que se
requieren estudios adicionales.
De acuerdo con diversos estudios epidemiológicos y clínicos, el consumo
de fitoquímicos polifenólicos en general mantienen una relación inversa con los
factores de riesgo de enfermedades crónicas incluyendo a las cardiovasculares
(Badimon et al., 2010; Massaro et al., 2010). Estos compuestos polifenólicos están
presentes en frutas y vegetales, destacando al aceite de oliva extra virgen y
al vino tinto como las fuentes de los antioxidantes hidroxitirasol y
resveratrol (Figura 1), respectivamente, como los fenoles mayoritarios
responsables del efecto benéfico (Tripoli et
al., 2005; Covas et al., 2006;
Shen et al., 2007; Berrougui
et al., 2009; Correa et al.,
2009; Kroon et al., 2010). No obstante, hay que tener en cuenta ciertos
hallazgos provenientes de estudios en animales, donde el hidroxitirasol algunas
veces más bien promueve el desarrollo de las lesiones ateroscleróticas (Acin et al., 2006); mientras que otros
señalan una coincidencia antiaterogénica tanto para el resveratrol como para el
vino tinto (Wang et al., 2005; Do et al., 2008) que no se cumple en los
experimentos con hidroxitirasol y aceite de oliva, observándose el usual efecto
benéfico sólo donde se usa el aceite (González-Santiago et al., 2006; Arbones-Mainar
et al., 2007). Estos reportes apoyan el concepto de que los productos
elaborados, enriquecidos con compuestos fenólicos, podrían ser tanto benéficos
como dañinos a menos que la formulación base de sus alimentos funcionales se
asemeje, tanto como sea posible, a la matriz natural que los contiene. En este aspecto, lo más recomendable es consumirlos
directamente a través del aceite de oliva y, de forma moderada, a partir del
vino tinto.
Alimentos de
plantas y enfermedades cardiovasculares
Los estudios sobre la asociación entre las enfermedades
cardiovasculares y el consumo de alimentos de plantas datan desde hace ya
bastante tiempo, donde algunos resultados sugieren que existe una asociación
inversa en la incidencia de infartos con el consumo de fibras (Ascherio et al, 1998; Oh et al, 2005) y de frutas y vegetales (Hirvonen et al, 2000; Sauvaget et al,
2003; He, 2006); mientras que en otros no hay asociación
significativa (Gillman et al, 1995;
Yokoyama et al, 2000) o hay
inconsistencias en los resultados (Keli
et al, 1996; Key et al, 1996; Ness y Powles, 1997; Joshipura et al, 1999; Yochum et al,
1999; Johnsen et al, 2003). Existen
pocos estudios relacionados con subgrupos de vegetales. En este aspecto las
crucíferas, tal como el brócoli, han sido recientemente recomendadas por
reducir los riesgos en la incidencia de infarto isquémico y hemorragia
intracerebral (Mizrahi et al,
2009). En adición al consumo de frutas,
algunos reportes han mostrado una asociación inversa con respecto al riesgo de
enfermedad cerebrovascular y de infarto
isquémico (Key et al, 1997; Joshipura et al, 1999; Johnsen et al, 2003), siendo tal asociación
marcadamente fuerte en la reducción de este último mediante el consumo de
frutas cítricas (Mizrahi et al, 2009)
conocidas como las mayores fuentes de flavonoides (Manach et al, 2004). El consumo de frutas también tiene efectos
cardioprotectivos debido a que reduce la presión sanguínea (John et al, 2002; Mizrahi et al, 2009), el principal factor de
riesgo para infarto (PSC, 2002; Stanley et
al, 2003).
La diversidad de estudios revisados es bien consistente al mostrar que la
mayoría de los factores de riesgo cardiovasculares como hipertensión, diabetes,
obesidad y dislipidemia, son menos comunes en individuos que habitualmente
consumen fibra (Flight y Clifton, 2006; Anderson et al, 2009; Estruch et al,
2009), tanto soluble (pectina, goma guar y b-glucano) como insoluble (celulosa y lignina) en agua,
presente en alimentos con alto contenido que incluyen trigo, soya, avena y
granos enteros; siendo estos últimos los más beneficiosos en la prevención y
control de las enfermedades (Anderson et
al, 2000; Jacobs et al, 2000;
Seal, 2006; Mellen et al, 2008). Las
fibras han sido ampliamente utilizadas como aditivos en diferentes productos de
consumo que reducen los riesgos cardiovasculares actuando principalmente en la
reducción del colesterol LDL y del colesterol total en sangre, sin cambios
considerables en los niveles de triglicéridos y colesterol HDL, de acuerdo con
algunos estudios clínicos (Braaten et al,
1994; Hunninghake et al, 1994; Zunft et al, 2001; 2003; Deng, 2009).
No obstante, en un estudio reciente no se encontró asociación entre el
consumo de cereales, a base de granos enteros o refinados, y la incidencia de
enfermedades cerebrovasculares (Mizrahi et
al, 2009).
La conducción de diferentes
estudios también han evaluado los beneficios hipocolesterolémicos de la
proteína de soya y sus productos (Dewell
et al, 2006; Sacks et al, 2005;
Harland y Haffner, 2008; Hooper et al,
2008; Mateos-Aparicio et al, 2008).
Las preparaciones a base de proteínas de soya son enriquecidas con isoflavonas,
conocidas como fitoestrógenos, cuya eficacia hipocolesterolémica aún no está
del todo clara debido a las inconsistencias de algunos estudios indicativos de
que si hay reducción del colesterol (Anthony
et al, 1998; Merz-Demlow et al,
2000; Wangen et al, 2001; Clerici et al, 2007), mientras que en otros no
hubo ningún efecto (Simons et al,
2000; Jenkins et al, 2002;
Lichtenstein et al, 2002; Weggemans et al, 2003; Kreijkamp-Kaspers et al, 2004; Sacks, 2005). Tales
inconsistencias requieren más estudios para establecer la efectividad de los
fitoestrógenos como agentes hipocolesterolémicos.
Durante los últimos años el aguacate se
ha destacado como uno de los frutos más versátiles tanto en la nutrición como
en la salud humana debido a su gama de fitoquímicos promotores de la salud más
allá de sus aportes básicos nutricionales (Pérez-Rosalez et al., 2005). A pesar de que el aguacate contiene bajos niveles de
azucares simples, sus apreciables niveles de fibra dietética lo catalogan como
el más alto en fibra entre las frutas con diferentes polisacáridos que incluyen
fibra dietética soluble [hemicelulosas y pectina] e insoluble [celulosa y lignina] (Sánchez-Castillo et al.,
1995). Con respecto a las demás frutas, el aguacate tiene una diferencia
pronunciada debido a su alto contenido de lípidos, constituidos mayormente por
triglicéridos (Seymour y Turker, 1993), que son una fuente de ácidos grasos
monoinsaturados (Duester, 2000; Bora et
al., 2001; Ikhuhoria y Maliki, 2007; Takenaga et al., 2008), que lo asemejan al aceite de oliva (Freitas et al., 1993; Kritchevsky, 2003;
Infojardín, 2009). En este orden de ideas, muchos autores han recomendado el
consumo de este fruto dentro de una dieta nutritiva debido a la efectividad de
su aceite en el control de las dislipidemias al reducir los riesgos asociados
con los niveles séricos de colesterol y triglicéridos (Colquhoun, 2000; Sánchez
et al, 2003; Souki et al, 2003; Díaz y Toro, 2004;
Anderson et al, 2009) con una
consecuente reducción de padecimientos aterogénicos (Kritchevsky, 2003; Paris,
2004).
En estudios clínicos llevados a cabo por
Carranza et al., (1997), se encontró
que una dieta enriquecida con aguacate produjo una reducción significativa no
sólo en el colesterol LDL o colesterol “malo”, sino también en el colesterol
total en pacientes hipercolesterolémicos, aunado a los altos niveles de ácidos
grasos monoinsaturados del aguacate (Ikhuhoria y Maliki, 2007; Guzmán-Gerónimo
y Dorantes, 2008; Takenaga et al.,
2008), que en conjunto sugieren considerables efectos benéficos a la salud al
favorecer la formación del HDL o colesterol “bueno”, con efectos que ayudan a
reducir los riesgos de desarrollar arterosclerosis. Entre los estudios clínicos
llevados a cabo en Venezuela, relacionados con el consumo de aguacate y los
niveles lipídicos en adultos, cabe mencionar los realizados por Souki et al. (2003) y, más recientemente,
Anderson et al. (2009); cuyos
resultados sugieren la incorporación de este fruto en la alimentación por sus
beneficios a la salud cardiovascular.
A lo largo de la historia las hierbas y
especias han sido extensivamente utilizadas con fines médicos y culinarios
(Tapsell et al, 2006), siendo
catalogadas como uno de los primeros alimentos funcionales debido a su amplia
gama de nutrientes y fitoquímicos bioactivos que pueden actuar sinérgicamente,
solas o adicionados a otros alimentos, influenciando diversos sistemas en el
cuerpo que disminuyen los riesgos de las enfermedades crónicas como las
cardiovasculares (Kochhar, 2008); con un consecuente mercado de suplementos
dietéticos demandado por sus beneficios a la salud (Parthasarthy et al,
2008), a base de canela, ajo, cebolla, curry, laurel, espinaca, comino,
pimienta, etc. (Mann, 2011). Dentro de esta gama, el ajo ha sido convincentemente
relacionado con amplios beneficios para la salud cardiovascular debido a sus
efectos antitrombóticos, hipolipidémicos, hipocolesterolémicos y
antihipertensivos (Block, 1998, Iyer et
al, 2009; Mann, 2011); en tanto que la cebolla previene la arteriosclerosis
(van Wyk y Wink, 2005).
CONCLUSIONES
A pesar de las inconsistencias reportadas en algunos estudios, el
cúmulo de evidencias con respecto a los beneficios de los alimentos
provenientes de las plantas en la reducción del riesgo de las enfermedades
cardiovasculares en general es concluyente.
No obstante, tales inconsistencias podrían atribuirse a que el posible efecto cardioprotectivo varía
dependiendo no sólo del tipo de alimento y de las cantidades consumidas, sino
también de cada muestra poblacional estudiada con diferencias en sexo, edad y
sobre todo en los estilos de vida individual que pueden ser bastante diversos
debido principalmente a que sólo se cuenta con la ética de cada participante,
quienes pueden ser poco serios al negar que fuman, beben e incluso que
incumplen las dietas ya que, a diferencia de los estudios con animales, las
muestras humanas escapan de un monitoreo y supervisión controlado.
Los suplementos y alimentos funcionales a
base de fitoquímicos, constituyen una cómoda y valiosa alternativa para su
consumo; sin embargo, se considera que el consumo de sus fuentes vegetales en
forma directa, tal como lo proveen las plantas en su totalidad, proporciona
otros nutrientes adicionales que en combinación conforman un paquete sinergístico
para una más efectiva reducción del riesgo cardiovascular, en especial cuando
se trata del consumo frecuente de frutos como el aguacate, de cítricos como la
naranja de vegetales crucíferos como el brócoli y de aditivos culinarios como
el ajo.
LITERATURA
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